sábado, 2 de marzo de 2013

Chicos malos ROSA CUERVAS-MONS


  • Chicos malos
    ROSA CUERVAS-MONS
    Así son y así se comportan los matones de la clase
  • El vídeo dio la vuelta al mundo. Una pandilla de ‘matones’ de colegio rodeaba a un joven gordito y comenzaba a reírse de él, todo grabado oportunamente por el ‘creativo’ de la pandilla, encargado luego de subir el vídeo de las burlas al escaparate de Youtube. Un empujón por allí, un insultó por allá... Las cosas pintaban feas para el acosado, acorralado contra la pared y con la cabeza agachada en actitud sumisa. Él mismo contaría más tarde que, en ese momento, no pudo más - “Estallé”-. Dio un paso al frente, levantó por los aires al líder de los acosadores -pequeño, esmirriado y con más osadía que fuerza física- y lo lanzó contra el suelo. Después se fue.
    La escena, desagradable por cuanto muestra a dos jóvenes, todavía niños, en actitud violenta, provoca sin embargo cierto grado de satisfacción en el espectador que, de inmediato, se pone de parte del gordito que, por fin, ha plantado cara a sus acosadores. “Desde entonces no me han vuelto a molestar”, sentenciaba él.
    Campo de batalla
    Es sólo un episodio más de la violencia (escolar, intrafamiliar, social) que inunda el mundo de la adolescencia, pero refleja a la perfección una diferencia fundamental; la que existe entre agresividad y violencia. ¿Es su hijo agresivo? Felicítese. Del latín agredior (movimiento hacia adelante), el término agresividad no implica necesariamente la intención de causar daño a algo o alguien y es según los etólogos un impulso indispensable para la conservación de las especies, para explorar el mundo y moverse en él. Diríamos entonces que el ‘gordito acosado’ empleó un comportamiento agresivo justo en el momento preciso.
    Y de la agresividad a la violencia. Un paso pequeño pero esencial en lo que a significado se refiere. “Conjunto de actos deliberadamente lesivos en el plano físico (golpear, herir) o psicológico (amenazar, insultar, burlarse)”. O sea, los pandilleros que amedrentaban al gordito de clase. O los miles de acosadores que deambulan por los pasillos de institutos y centros educativos de todo el mundo y que han dado nombre a un fenómeno no nuevo, pero sí en progresión ascendente: el bullying o acoso escolar; o los cientos de jóvenes que amedrentan a sus propios padres convirtiendo el hogar familiar en un desesperante campo de batalla.
    Sólo en 2008 la Fiscalía General del Estado registró en España ocho mil denuncias de padres a hijos por violencia, acoso y maltrato. El dato doblaba las del año anterior y triplicaba las de 2006.
    En Italia, donde la página web de los carabinieri avanza que el fenómeno de la violencia doméstica “está extendido en todos los países y en todas las franjas sociales, sin distinción de edad, situación económica, raza o etnia”, uno de cada cinco homicidios se produce en la familia, y no son sólo los de una mujer a manos de su marido.
    Malas compañías
    En familias hiperprotectoras con sus hijos es frecuente la presencia de ‘pequeños dictadores’ (bautizados así por el psicólogo y ex defensor del menor Javier Urra). “Los gallinas en la calle se vuelven leones en casa”, destacan los autores del libro Adolescentes violentos’(Herder Editorial) Elisa Balbi, Elena Boggiani, Michele Dolci y Giulia Rinaldi.
    Recuerdan también el caso de “las tres chicas de Chiavenna, que en julio del año 2000 asesinaron a una monja sin motivo aparente” y la paliza mortal que recibió Nicola Tommasoli en Verona por parte de una banda de jóvenes “de familias bien” que actuaba por causas pseudoideológicas.
    Motivos por los que un joven se vuelve violento hay muchos: malas compañías, contexto familiar desestructurado, padres demasiado permisivos o autoritarios en exceso y, de eso ya no tienen duda los expertos, la aparente falta de límites que transmiten series de televisión juveniles. Formas de abordar y atajar esta violencia, casi tantas como casos. Primero averiguar las causas, estudiar el entorno del adolescente y elaborar un plan de acción ‘a medida’ para cortar lo que, en algunos casos y patologías mentales aparte, puede no ser más que una canalización errónea del proceso de maduración.
    “Papá, gracias por pararme los pies. Si no me hubieses ayudado quién sabe cómo habría terminado”. Esta frase fue de las últimas que escuchó uno de los autores de ‘Adolescentes Violentos’ en su consulta, justo antes de ‘dar el alta’ a un joven que, traicionado por su pandilla de amigos matones, quedó sólo ante el director del colegio después de la enésima gamberrada. “Ahora nos pega a nosotros y a su hermano”, describía un padre desesperado en la primera visita. Meses más tarde y con una clara instrucción - “la próxima vez que se ponga violento en casa dejadle solo; nadie tiene por qué pagar su ira”- el trabajo del terapeuta -reconocimiento de los sentimientos de ira, comprensión de su inutilidad y manejo de las propias emociones- dio sus frutos: El joven había comenzado a salir con una chica y estaba pensando matricularse en la universidad.
    Cómo formar un delincuente
    Por dura que sea, la violencia de los jóvenes incluso contra quienes les han dado la vida, tiene casi siempre solución y, muchas veces, ésta empieza a labrarse desde la cuna. O lo que es lo mismo, haciendo justo lo contrario de lo que el juez de menores Emilio Calatayud definió como el Decálogo para formar un delincuente: ‘Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida, no se preocupe por su educación ética y espiritual, no le riña nunca, satisfaga todos sus deseos y apetitos y póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con profesores y vecinos’.

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